sábado, 30 de agosto de 2008

Hombres


ENCONTRÉ ESTO, QUE ESCRIBÍ HACE MUCHO JUSTAMENTE UNA HORA DESPUÉS DE HABLAR SOBRE ELLOS...
Esa tarde me bajé del tren y empecé mi rutinario camino en Retiro. Justamente la noche anterior le había contado a mi mamá y a la taza de café que no creía en el amor (preteto que ponemos todas las mujeres solteras que añoramos un abrazo).
En mis oídos sonaba música francesa después de una dosis de The Doors, y se me complicaba encontrar el boleto mientras me prendía un cigarrillo.
Después de hacer la cola, para por fin seguir mi camino hacia el subte, entregué el boleto a el guarda del tren, un hombre de cuarenta y pico de años con ojos brillosos, que al mover su brazo me ahogó con su rico perfume. Unos pasos más y me cruzaría con el señor del habano, tomó un encendedor, prendió su gran cigarrillo y su boca se formó en una chimenea que escupia humo y secretos. Debí seguir mi camino, pues la verguenza y la muchedumbre me obligaron.
Salgo a la calle, intento saltar un charco, pero fallo y mojo las zapatillas que me prestó mi hermana. Instantaneamente debí pedirle perdón al dueño del pantalón que había enchastrado con mi accidente. Una voz con acento extranjero y unas manos con un plano de Buenos Aires me aseguraron que staba perdonada y que nada me gusta más que los hombre y el chocolate.
Decido seguir hasta la entrada del subte que está en el ferrocarril Mitre porque m gustan las escaleras mecánicas. Me detengo en el puesto de diarios, después miro unos bolsos de cuero y finalmente me paro en la librería. Miro los libros que recién salieron que están en la vidriera y me distraigo con el muchacho del mostrador. Pelo castaño, ojos de almendra. Todo su cuerpo cubierto de hojas y letras y oraciones, y su mirada llena de versos por ser escuchados.
Se me hace tarde. Subo a la línea C y nada divertido ocurre. Me bajo, subo las escaleras. Pasillo linea D. Dos minutos tardaría en llegar a la otra punta, tiempo en el que: dos amigos no saben para donde ir, se mueven en una danza absolutamente sensual y tentadora. Sigo. Un muchacho con la espalda encorvada por llevar su guitarra, se tropieza con el bolso de una señora y me pide disculpas (no se por qué) con una sonrisa compuesta por una cantidad incontable de bellos dientes. Sigo. Observo un flequillo rubio tapando un espectáculo imperdible. El ventilador del pasillo corre el dorado telón y descubre dos bailarines azules que por un segundo y medio danzan para mi. Sigo. Preparandome para doblar la esquina que me llevaría a mi combinación, me cruzo con un ser inimaginable, con un ser que me pedía vivir todas las aventuras y los milagros que un hombre y una mujer pueden vivir. Pero que lástima. El subía las escaleras... yo las bajaba.
Ese día me enamore de un montón de hombre... que extraño, no?

2 comentarios:

Juancho dijo...

al final fui a ver a pedrito aznar,
fea la actitud no te avise!!
pero es porque consegui el dinerillo media hora antes
(por medio licitos y sin perder mi integridad jaja)
para la proxima que haya algo bueno te aviso
hasta luego señorita siga enamorandose que la vida es corta
un beso
juancho
(un vecino de todos nosotros)

stanley dijo...

me enamoro 7-8 veces por viaje de ómnibus.
es la añoranza del abrazo, y de las cosquillas en la panza.

muy lindo lo que escribiste.
el gusto es mutuo.